Mundial Sudáfrica 2010

ESPAÑA, CAMPEÓN DEL MUNDO

Las vitaminas de Naranjito

La Generación del 80, liderada por Xavi, Casillas, Villa y Xabi Alonso, lleva a España a la gloria futbolística
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Álvaro Soto - 12/07/2010

A todos los españoles les sobran los motivos para sentirse orgullosos de la selección nacional de fútbol. Y de la de baloncesto. Y de Fernando Alonso. Y de... Pero los que nacieron en 1980 o en el 81 pueden presumir incluso un poco más por ser quintos de la generación más gloriosa y laureada de la que ha gozado jamás el deporte español, esa extraordinaria promoción que capitanea Iker Casillas y en la que también juegan Xavi Hernández, Pau Gasol, Xabi Alonso, David Villa, Juan Carlos Navarro o José Manuel Calderón. Justo cuando sus coetáneos atraviesan la crisis de los treinta, ellos tocan la gloria. Y no de puntillas. Con sus dos manos. Pero con sus prodigiosos pies en la tierra.

Aquellos niños que tiraban dos jerseys al suelo para formar una portería no se acuerdan de Naranjito, pero absorbieron todas las vitaminas de la mascota del Mundial del 82. Son hoy los mejores deportistas de la acomplejada historia competitiva de España, pero también impagables ejemplos de deportividad, de humildad, de sensatez. Caen bien al mundo, incluso a sus víctimas, porque ganan con transparencia, juego limpio, elegancia, sencillez, sin ensañamientos verbales ni prepotencia. Porque no nacieron en el podio, sino que han llegado a él sudando, tropezando incluso en cada escalón. Y hasta retrocediendo.

Como todos los chavales que fueron niños a la vez que la democracia, devoraron bocadillos de nocilla y de foie gras mientras probaban a parecerse Michael Jordan. O a Oliver y Benji, que en la tele acababan de ganar un Mundial sub-21 contra Brasil. Casillas y Xavi aprendieron bien sus jugadas y vencieron hasta a la ficción. Los dos actuales abanderados de España levantaron su Copa del Mundo (sub-20) en 1999 al derrotar a Japón, precisamente el país de Oliver y Benji, en una final de cuento y con un final de lo más feliz: 4-0. Gasol, Navarro y Reyes les imitaron meses más tarde venciendo a la invencible selección de Estados Unidos en el Mundial sub-20 de Lisboa.

Incubando el éxito

España, hasta entonces resignada a ser el rival cómodo y la Europa rezagada, estaba incubando el éxito. Se preparaba en los 'movidos' ochenta para sacudirse sambenitos y vengar estereotipos con unos chicos que, por más remates de cabeza que culminen, la tienen en su sitio y perfectamente amueblada. Sin estridencias ni brillos innecesarios, con tonos muy naturales. Como aprendieron de sus padres, a los que no dudan en hacer partícipes y responsables de sus éxitos.

Es probable que las primeras paradas de Iker fueran en alguno de los campos de tierra que poblaban Móstoles y tantas otras localidades del país. Porque, cuando el portero de la selección tenía diez años, los polideportivos escaseaban y no tocaban, ni mucho menos, a uno por barrio. También Gasol tuvo que esperar lo suyo a botar el balón en una pista de parqué: el patio de su colegio no era particular, sino de cemento, como todos, y bien duro: si te caías, nadie te libraba, ni aunque ya midieras dos metros, de la escandalosa mercromina.

Rodillas peladas, alguna que otro hueso roto, madrugones de sábado, kilómetros... Un largo y a veces ingrato camino que encontró un paraíso en 1992: los Juegos Olímpicos, que fueron a Barcelona pero inundaron de espíritu deportivo todo el país y, lo que suele ser menos permeable, incluso las instituciones. España comprendió por fin que debía ponerse en forma, dotarse de instalaciones y apoyar al deporte. Afrontar ahora la transición al éxito. La quinta del 80 arrojó el resto.

Porque el talento no se compra. Se sufre. Se entrena. Y los ya casi adolescentes Casillas y compañía, que escuchaban a tope en sus walkman a Nirvana y Offspring, comenzaron a entrenarse tres veces a la semana después del colegio, a dedicar los fines de semana a meter goles delante de los abuelos y cuatro amigos, a renunciar a salir por las noches... Pasó tiempo hasta que empezaron a llegar las recompensas. Pero llegaron: las primeras llamadas de ojeadores de equipos medianos, la experiencia de pisar campos de hierba de verdad, con gradas y todo; la pasada de levantar un trofeo y de aparecer en el periódico del barrio, el escalofrío de firmar el primer contrato, y los primeros autógrafos; el vértigo de enfrentarse a una rueda de prensa, el pánico al abucheo de 50.000 espectadores, la fascinación de ligarse a la más guapa o llevarse directamente la Liga, el éxtasis de ganar la Champions...Y tal día como ayer, hacer llorar a los 45 millones de españoles que, al borde de los treinta, de los noventa o nada más nacer, brindaron por toda España con su Copa del Mundo. La primera. Pero no la última. Seguro.

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