Elecciones EEUU 2008

ESTAMPAS de los estados unidos

Sombras en Ocean Drive

El enclave pijo de Miami es un lugar de contrastes: riqueza con mansiones de famosos como Shakira y la frustración de los latinos que sufren para llegar a fin de mes

OSKAR L. BELATEGUI Enviado especial Miami (Florida)| 1 de noviembre de 2008

El 15 de julio de 1997, Gianni Versace fue asesinado en la puerta de su mansión en Miami por un joven que dos días antes había estado con él. Casa Casuarina, en el 1116 de Ocean Drive, se puede visitar por 65 dólares (algo más de 52 euros). La casa ya no pertenece al clan Versace, pero el logo grecorromano de la Medusa continúa en las rejas, que se asoman a la calle más famosa de Miami. Para ampliar su hogar, construido en 1930, el diseñador derribó un hotel anexo sin importarle si era una joya del art decó. El imaginario excesivo, barroco y kitsch del modisto representa a la perfección el espíritu de una ciudad hedonista y ensimismada, que parece estos días ajena a las elecciones.

Las bañistas toman el sol en "topless", algo insólito en la puritana América; sólo hasta la calle 21, más allá se enfrentarían a las iras de las familias cubanas, que pasan el día entre sombrillas y "tuppers" con sopa de frijoles negros. Los transatlánticos amarrados en el mayor puerto de cruceros del mundo recortan el "skyline" del centro. A South Beach se accede por puentes de autopista que sobrevuelan la bahía Biscayne, donde viven los ricos y famosos. Cada residencia cuenta con su propio embarcadero. A alguna de estas islitas -Star Island, Sunset Island- se puede pasar en coche. A la entrada, un vigilante toma las huellas dactilares y una fotografía.

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CONTRA LA CRISIS, RELAJACIÓN . Un grupo de personas practica yoga en una playa de Miami, tratando de luchar contra el estrés que ha producido la crisis económica. / AFP

Quien viaje pensando en admirar las casas de Julio Iglesias, Alejandro Sanz o Shakira sufrirá, pues, una decepción. Los flamencos no vuelan hacia el ocaso. Los hoteles en tonos pastel de "Corrupción en Miami" siguen ahí, pero South Beach se parece de un modo sospechoso a Salou y Torremolinos: turistas no especialmente distinguidos, asaltados por animadores de restaurante que prometen menús baratos y mojitos a discreción. Y tiendas, muchas tiendas, por algo Estados Unidos puede contemplarse como un mastodóntico centro comercial. Hay chicas de portada con gafas de sol caras. Y buscavidas latinos con gomina que no se despegan del móvil y gritan cosas como «¡pagan en cash!». Algunos platos están en francés, sinónimo de exquisitez.

«La cosa anda floja, pero ya verás dentro de poco. La temporada alta de Miami es del 15 de noviembre al 15 de abril». Salvador Zuniga (con "n") regenta varias tiendas de habanos en Ocean Drive. También importa animales exóticos -serpientes, cacatúas- que después alquila en fiestas. Enseña orgulloso las fotos de su iPhone, en las que aparece con Paulina Rubio, Jennifer Lopez y Paris Hilton. «También tengo alguna con Shaquille O"Neal». Este puertorriqueño que no aparenta 52 años llegó hace 40 a la Florida. Empezó amarrándose una pitón al cuello y recorriendo Ocean Drive. «Había días que ganaba 2.000 dólares».

Gloria y Emilio Estefan

Salvador explica que South Beach renació gracias a las agencias de modelos que se instalaron a finales de los 70. «Tenían garantizado el sol para las fotos». El empujón definitivo llegó con la industria discográfica, capitaneada por dos de los personajes más influyentes de Miami: Gloria y Emilio Estefan. «La serie de Don Johnson y que Versace se instalase aquí también ayudaron. Las fiestas de travestis que organizaba Gianni en Casa Casuarina no se han vuelto a superar. A partir del 11-S, todo ha ido cuesta abajo».

El asesinato de unos turistas alemanes y el crimen de Versace llevaron a las autoridades a emprender una campaña de limpieza. «South Beach es hoy la zona más segura de Miami, hay más policías que turistas. Otros barrios de negros siguen con la prostitución y el crack. Tienes que pasar en coche con las ventanillas subidas y el seguro de las puertas puesto». Salvador elabora un ranking de turistas espléndidos: los de Dubai son los que dejan más propina, seguidos de los alemanes. Los más tacaños son los argentinos, brasileños e italianos. Votará a Obama. Está harto «de que se dilapiden millones de dólares diarios en una guerra en la que nadie cree».

Hace unas semanas, el candidato demócrata prometía en esta ciudad que modificará la política de EE UU hacia América Latina y atenuará el embargo a Cuba: «Es hora de permitir a los cubanoamericanos ver a sus madres y padres, hermanas y hermanos. Es hora de dejar que el dinero cubanoamericano disminuya la dependencia de sus familiares del régimen de Castro». Osvaldo es cristalero y coloca las ventanas de un hotel en proceso de restauración en Collins Avenue. Descansa bajo una palmera y concreta en qué se ha traducido la crisis: «Ha subido la gasolina y la cesta de la compra. Y ya no hay tanto trabajo».

Osvaldo llegó hace diez años con su hijita de nueve meses al hombro. «Hoy tiene once y es ciudadana americana. Habla español con dificultad. Le hablo de su abuelo y cocino comida criolla para que no pierda las raíces. Aunque no sé... Llega del colegio y se encierra tres horas con la computadora». Le preocupa la universidad, «que es sólo para los hijos de los ricos y para los estudiantes estrella, de esos que sólo hay cuatro». La sanidad estadounidense también le trae por la calle de la amargura. «Por un chequeo te cobran 6.000 y 7.000 dólares (alrededor de 5.000 euros). Si no tienes seguro médico, no te atienden en el hospital aunque te estés muriendo. Tampoco te cubre todo, después tienes que poner la diferencia».

Adriana ha experimentando en carne propia las astronómicas tarifas médicas de un país sin sanidad pública gratuita. «Hace poco tuve piedras al riñón. Estuve cuatro horas en la sala de espera. Me hicieron una tomografía y me mandaron a casa. Todavía estoy pagando una factura de 9.000 dólares (algo más de 7.000 euros)». Adriana vende helados junto a Eva. Como buenas argentinas, hablan largo y bien. Se les quiebra el sueño americano junto a descapotables y daiquiris de plástico. «La primera vez que vino mi marido pensó lo mismo que yo: ¿Así que esto es Miami? Los tres primeros meses los pasé llorando. Esto del capitalismo es en realidad un comunismo disfrazado. Te pasas el tiempo trabajando, atado a obligaciones que funcionan como un engranaje consumista perfecto: la casa, el coche, la educación de tus hijos... A los americanos parece no importarles, ya están acostumbrados. Ellos pasan de su familia. Está establecido que los mayores vayan a la residencia y que los jóvenes se escapen en cuanto ingresan en la universidad. Con verse una vez al mes les basta».

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