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Estampas de un país | INVESTIGACIÓN

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Cerebros trabajando

JON AGIRIANO | BARCELONA

El Instituto de Investigación Biomédica de Barcelona se ha convertido en un centro de referencia a nivel internacional de la mano de Joan Massagué y Joan J. Guinovart

Joan J. Guinovart, a la izquierda, y Roger Gomis charlan en el laboratorio de metástasis del IRB. / IGNACIO PÉREZ

LOS DATOS

«En un centro de investigación hay que tener cantera y Ronaldinhos»

Aparte de ser una autoridad mundial en ingeniería metabólica y diabetes, de dirigir el Instituto de Investigación Biomédica de Barcelona, de ocupar una cátedra en la UB y presidir la Confederación de Sociedades Científicas de España (Cosce), Joan J. Guinovart es un cachondo.

El investigador catalán resulta el interlocutor ideal para cualquier periodista no especializado que se acerque al Parc Cientific de la Ciudad Condal en misión informativa. Es tan didáctico, cercano y divertido que, a su lado, uno enseguida acaba olvidando la incomodidad que le provoca su ignorancia oceánica en temas de ciencia, y termina disfrutando y celebrando que la verdadera inteligencia sea incompatible con la solemnidad.

Es la una de la tarde y Guinovart anda atareado con el correo electrónico en su despacho del Instituto de Investigación Biomédica –el IRB , en sus siglas en catalán–, un centro de referencia desde su fundación en 2005. Alrededor de 400 profesionales, divididos en 27 grupos liderados cada uno de ellos por un científico de prestigio, trabajan en esta institución, que dispone de cinco grandes programas de investigación: Biología Celular y del Desarrollo, Biología Estructural y Computacional, Medicina Molecular, Química y Farmacología Molecular, y Oncología. Este último lo dirige Joan Massagué, director adjunto del IRB, premio Príncipe de Asturias de las Ciencias y uno de los grandes expertos mundiales en la lucha contra el cáncer. Su laboratorio de metástasis, que trabaja en conexión directa con el que dirige desde hace años en el Memorial Sloan-Kettering Cancer-Center de Nueva York, es una de las joyas del centro.

Responsabilidad

Después de treinta años dedicado a la investigación y algunos menos tratando a políticos –esas personas que lanzan promesas como si fueran cohetes en las fiestas–, Joan J. Guinovart está convencido de que el futuro del I+D+i en España pasa por la promoción de centros como el que él dirige.

–«El incremento de los fondos es necesario. Desde 2002 nos estamos recuperando de los diez años de parón que tuvimos a partir de 1993, con la crisis económica. Pero dar más dinero no es suficiente. Necesitamos mecanismos para gastarlo bien. El CSIC, por ejemplo, es una agencia, un gran ministerio. Ése no es el camino. El futuro pasa por centros como éste o el CNIO de Madrid que dirige Mariano Barbacid; es decir, por instituciones independientes, con autonomía y flexibilidad para hacer fichajes, y directores que tengan poder y a quienes se exija responsabilidades. Lo que no vale es que nadie se responsabilice. Perdone usted, si yo lo hago mal y no obtengo resultados, mereceré que mis patrones, que son la Generalitat, la Universidad de Barcelona (UB) y el Parc Cientific me den una patada en el culo. Y si el centro sigue trabajando mal y no aporta nada, pues se cierra.

¡Por capullos!», enfatiza.

Una de las claves del éxito de un centro científico es su capacidad para fichar talentos; gente como Eduard Batlle, cuyo equipo acaba de descubrir un proceso clave en la aparición del cáncer de colon. Estos ‘group leaders’ se captan a través de anuncios en revistas punteras como ‘Nature’ o con ofertas personales. En el IRB, por ejemplo, hay un número importante de científicos italianos a quienes la cercanía entre Barcelona y su país les ayudó a aceptar la propuesta de Guinovart. Por debajo de los ‘group leaders’ están los ‘postdoctor’, los Ramón y Cajal; investigadores que, aparte de un doctorado, tienen al menos tres años de experiencia en el extranjero. Cobran 34.000 euros brutos al año, lo cual demuestra que la ciencia en España es una vocación. Y queda por último el primer peldaño, la base, los becarios rasos que preparan sus tesis. Muchos acabarán en el extranjero.

–«Que se vayan no es malo. Lo malo es que no puedan volver, que es lo que sucedía antes. Si vas a competir con ellos, mejor que conozcas cómo trabajan porque en investigación la competencia es terrible. Al final, la clave es formar un buen equipo y lograr que trabaje bien. Esto es como el fútbol. Tenemos que tener nuestra cantera y fichar a los Messi y Ronaldinho de turno. Y debemos proporcionar un ambiente en el que los científicos se sientan a gusto y motivados», recalca Guinovart, levantándose de la silla y acompañando al visitante hacia el edificio de los laboratorios.

De camino, a través de un paisaje de obras, el director del IRB no se cansa de saludar y bromear con amigos y conocidos. En la entrada a los laboratorios se encuentra con Lluis Ribas de Pouplana, director del departamento de Traducción Genética. Guinovart le felicita por las buenas expectativas del proyecto de síntesis de proteínas en el plasmodium, el parásito de la malaria. Nacido hace 42 años en Gerona, este biólogo molecular pasó quince en el extranjero –Edimburgo, Boston y San Diego– antes de volver a España. El IRB se lo birló en el último momento al Instituto de Genética Molecular de Montpellier. Ribas de Pouplana está encantado en Barcelona. De hecho, ha montado una empresa –Omnia– para aprovechar sus descubrimientos en la búsqueda de antibióticos.

–«La interacción es muy productiva. La distancia entre el laboratorio y la empresa debe ser pequeña. Y esto es ideal», dice.

El descubrimiento

Joan J. Guinovart entra en su laboratorio, un ámbito denso y aséptico de ordenadores, carpetas, ficheros, catálogos, botes de reactivos químicos, tubos de ensayo, cubetas... Todo ello, envuelto en un desorden perfectamente estructurado. Uno de los últimos hallazgos de su equipo, en colaboración con el profesor Santiago Rodríguez de Córdoba, ha sido la identificación de un mecanismo de deterioro neuronal que podría ser el causante de algunas enfermedades neurodegenerativas como la de Lafora, un tipo de epilepsia mortal que se manifiesta entre los 8 y los 17 años. Guinovart explica su descubrimiento, publicado el pasado otoño en ‘Nature Neuroscience’.

–«Las únicas células que no almacenan azúcar, glucógeno para ser exactos, son las neuronas. Con ellas hemos descubierto que pasa algo curioso y es que sí disponen de un mecanismo para procesar el glucógeno, pero lo tienen desactivado por culpa de dos genes: la laforina y la malina. ¿Qué es lo que ocurre? Que a veces uno de esos genes falla y la neurona comienza a recibir depósitos de azúcar. Y como no sabe aprovecharlos, se colapsa. Entonces se desencadena un proceso de apoptosis, de muerte celular programada. Una especie de suicidio masivo», indica.

Dentro del IRB, el laboratorio de metástasis (Metlab) es una parada obligatoria. Lo fue incluso para Francisco González, el presidente del BBVA, cuya fundación colabora en la financiación de las investigaciones y desarrolla un tipo de mecenazgo que Guinovart considera «básico» para el impulso de la ciencia en España. La figura emblemática de Joan Massagué, que visita Barcelona cinco veces al año, sobrevuela cada rincón del Metlab. Uno de sus más jóvenes y prometedores discípulos, Roger Gomis, de 33 años, dirige un grupo de seis científicos que persiguen la identificación de genes clave en la formación de metástasis desde el cáncer de mama hasta el pulmón, el hígado o el cerebro, y se afanan en la búsqueda del mecanismo por el cual las células tumorales aprenden a multiplicarse de forma incontrolada. Un trabajo apasionante al que se entregan sin reservas ni horarios.

–«Es que esto es una forma de vida», dice. .