JON AGIRIANO | BARBATE
Relato de un náufrago del ‘Nueva Pepita Aurora’ de Barbate, que el pasado mes de septiembre perdió a la mitad de su tripulación en aguas del Estrecho
SUPERVIVIENTE. José Crespo, ‘El Manteco’, pasea pensativo junto a las anclas de la almadraba de Barbate. / Ignacio P érez.
Cuando tuvo que dejar la escuela y embarcarse de marinero en el ‘Cabo Espartel’, José Crespo tenía doce años y un miedo tan grande al agua que en la playa nunca se metía más allá de la cintura. Pero en casa eran trece hermanos, así que no había más remedio que apechugar con 8 o 9 duros semanales. Crespo recuerda que sus tres primeros días de navegación se los pasó vomitando y que, en aquellos momentos horribles, llegó a pensar que lo suyo no tenía remedio y se quedaría mareado toda la vida. Al cuarto día, sin embargo, el estómago se le estabilizó y, tras un par de horas respirando hondo en cubierta, sintió el aguijón del hambre. Bajó a la cocina y descubrió un tarro de manteca. Cortó una rebanada de pan, la untó a conciencia y comenzó a comer. El patrón le descubrió masticando a dos carrillos y no pudo evitar una carcajada de bucanero.
-«Tiene guasa. Mira al manteco éste»-, dijo.
Desde aquel día de hace 33 años a José Crespo se le conoce en su pueblo como ‘El Manteco’.
Casado y padre de tres hijos, el marinero apura un café con leche y un cigarrillo en la Casa del Mar de Barbate, que queda en la planta baja de la Cofradía de Pescadores. Está nervioso. Aunque el ‘Motivan’ -veinte miligramos tres veces al día- le sujeta el ánimo, el que fuera jefe de bodega y popa del ‘Nuevo Pepita Aurora’ todavía se siente débil y vulnerable. Duerme mal y a veces se despierta empapado en sudor. Su mujer le dice que, en sus pesadillas, grita con desesperación ¡cogedlo!, ¡cogedlo! Además, hoy no ha tenido un buen día. Por la mañana tuvo que pasar por el juzgado para certificar que sus tres compañeros que aún se encuentran desaparecidos iban en el barco en el momento del naufragio.
-«El psiquiatra me ha dicho que esto me va a acompañar toda la vida»-, explica.
Esto es la pérdida de ocho íntimos amigos -varios de ellos compañeros de fatigas durante veinte años- el pasado 5 de septiembre. El ‘Nuevo Pepita Aurora’, un barco cerquero de 19 metros de eslora y 5,75 de manga, regresaba a puerto tras pescar boquerón y sardina en el caladero marroquí. El temporal se desató al mediodía, de improviso. El viento de Levante arreció hasta llegar a fuerza 9 y las olas alcanzaron los cinco metros. ‘El Manteco’ comenzó a preocuparse. El Estrecho puede ser muy traidor y él sabía bien lo que era vivir situaciones de angustia en alta mar. Una vez naufragó en Canarias. Se declaró un incendio en el motor y toda la tripulación tuvo que echarse a los botes salvavidas. Años después, pescando en la bahía de Cádiz, le cogió un cabo y salió despedido por la borda. Cuando empezaba a tragar agua y sintió que se hundía, un compañero le cogió por los pelos y le sacó. Durante mes y medio, los pulmones le ardieron al respirar.
Un rastro de luz
Una gran ola inundó la cubierta y José Crespo no pudo evitar preguntarse si aquella iba a ser la tercera vez. La tercera y la vencida. Manuel Vega, el patrón, maniobró con pericia y pudo desaguar, aunque el arte de pesca cayó al agua. Tras recuperar las redes, continuaron rumbo a Barbate. Eran 16 hombres valientes con miedo. Sólo tres o cuatro llevaban chalecos salvavidas. Al cabo de quince minutos, una segunda ola volvió a doblarles. Con la siguiente, el ‘Nuevo Pepita Aurora’ volcó. ‘El Manteco’ tuvo suerte una vez más. Quedó aprisionado en el hueco de la pared del carrete de barco, dentro de una pequeña bolsa de aire. Dos compañeros estaban con él y desaparecieron. El agua les tiró hacia dentro. Sintió que uno de ellos le agarraba de las piernas antes de ser engullido.
José Crespo vio un rastro de luz en el agua, a su derecha, y pensó que sólo podía llegar de la superficie. Tenía que ser el sol. Aunque no sabía nadar, no lo dudó. El instinto de supervivencia fue más fuerte que el terror. Se puso a bucear con desesperación y, cuando ya empezaba a tragar agua y a sentir que se ahogaba, salió a la superficie. Oyó unos gritos de alivio: ‘¡El Manteco! ¡El Manteco!’ José Vega estaba a merced de las olas, pero se quitó el salvavidas y se lo lanzó a su jefe de bodega y popa. Eso es un hombre. Los náufragos se gritaban unos a otros, dándose ánimos. Fueron 25 minutos eternos. ‘El Manteco’ intentaba agarrar a Manuel Reyes, que braceaba desesperado cerca de él. No lo logró. ‘Manteco, que me ahogo’, le oyó decir, antes de hundirse. La tensión era tan fuerte que otro tripulante, Antonio Miguel, murió de un infarto mientras intentaba llegar a la quilla al sol del ‘Nuevo Pepita Aurora’. El pesquero Benamahoma, que acudió al rescate, llegó tarde para él.
‘Robao’ de popa
‘El Manteco’ está convencido de que algo fallaba en el barco. No puede ser casualidad, dice, que el ‘Nuevo Pepita Aurora’ y el ‘0 Bahía’, hundido en junio de 2004 en la Costa da Morte tras volcar por un golpe de mar, fueran del mismo modelo y hubiesen sido fabricados en los mismos astilleros -Nodosa- con un sólo año de diferencia. Que ambos cerqueros, como le ocurrió también al ‘Siempre Casina’, hundido en febrero de 2005 frente a las costas de Ribadeo, pasaran los exámenes de estabilidad, obligatorios para obtener el certificado de navegabilidad, no significa nada. Una vez superado ese trámite, los barcos sufren muchas modificaciones. Y José Crespo, tras nueve años en el ‘Nuevo Pepita Aurora’, tiene su teoría.
-«De proa era fuerte, pero de popa ese barco estaba ‘robao’»-, asegura este superviviente por partida triple que ya nunca volverá al mar. Ahora sólo espera que la Junta de Andalucía y el Ayuntamiento cumplan su promesa de recolocarles en tierra a él y a sus compañeros. «Parece que será en la fábrica de envases o en la empaquetadora», apunta, prendiendo otro cigarrillo.
José Manuel Martínez está convencido de que los náufragos se recolocarán. El presidente de la cofradía de Barbate se sienta a tomar un café en la Casa del Mar. ‘El Manteco’ le pregunta por la pesca. La flota del pueblo, que amarra en Cádiz para estar más cerca del caladero -desde hace cuatro años, los marineros van y vienen hasta la capital en furgonetas-, había partido el día anterior tras tres meses de parada biológica y dos semanas de espera por el temporal.
-«Han pescado poco. A ver si hoy hay más suerte»-, suspira Martínez, que tiene a su cargo los asuntos de 408 pescadores de Barbate, una cifra en la que se incluyen los artesanales y los de la almadraba.
El presidente de la cofradía es un hombre realista. Reconoce que la flota del pueblo no es ni una sombra de lo que fue. En apenas dos décadas, ha pasado de 120 barcos a apenas 19 y continúa menguando. Hasta 2006 todavía existían subvenciones para construir. Ahora, se dan para desguazar. Ocho barcos de Barbate esperan a los sopleteros. La pesca escasea y los jóvenes no quieren salir a la mar por 600 euros al mes.
-«La realidad es que hay más barcos que recursos. Yo me conformo con que los que quedemos en esto podamos vivir con dignidad y sin tantas incertidumbres»-, dice Martínez, despidiéndose.
‘El Manteco’ se acerca al puerto para la sesión fotográfica. En los muelles se escucha un rumor de motores y gaviotas. Huele a salitre y a gasoil. Más allá de la fábrica de hielo se alinean las boyas naranjas y las grandes anclas con las que se cala la almadraba. Mientras camina en silencio, pensando en sus cosas, ‘El Manteco’ se emociona.
-«Tiene guasa que ahora sufra cerca del mar»-, murmura.