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Nuevos tiempos en As Pontes

JON AGIRIANO | AS PONTES

La térmica de Endesa, el mayor foco contaminante de la Península, reduce sus malos humos entre la resignación de los vecinos y las críticas de los ecologistas gallegos

María Dolores Alen, vecina de As Pontes, cuelga la ropa en la huerta de su casa. Al fondo, la central térmica de Endesa./ IGOR AIZPURU

LOS DATOS

  • La central térmica de Endesa vende el 6% de la producción eléctrica nacional.
  • Endesa reducirá en un 98% las emisiones de SO2 y en un 11% las de CO2 en As Pontes
  • El protocolo de Kioto obliga a España a reducir en un 30% sus emisiones a la atmósfera
  • Las empresas españolas deberán invertir 5.000 millones anuales para adaptarse a las exigencias de la UE

La impresionante chimenea de Aspontes es más alta que la torre Eiffel

La grandiosidad puede ser una fuente de energía. Hay muchos ejemplos de la irresistible fuerza centrípeta que ejerce lo extraordinario. Los lectores de Tolkien pensarán en el temible Ojo de Sauron y cualquier visitante de París habrá sentido alguna vez cómo la torre Eiffel se le aparece a cada instante sobre la línea del cielo, como si le estuviera llamando una y otra vez para que no se olvidara de admirar su tamaño. Si esto sucede en la capital francesa es fácil imaginar lo que ocurre en As Pontes de García Rodríguez, un pueblo coruñés de 11.600 habitantes famoso por una gigantesca central térmica cuya chimenea se eleva hasta una altura de 356 metros, 32 más que la torre Eiffel, antena de radio incluida. Mire uno donde mire siempre está ahí, imponente, envuelto en las nubes de vapor de agua que escupen las torres de refrigeración, lo que los gallegos llaman «o máis grande carallo de Europa». Como bromeó una vez el escritor Manuel Rivas, «ya quisiera el Springfield de los Simpson semejante envergadura».

Corren malos tiempos para los ‘carallos’. Para los humos, en general. Sumidos en la amenaza planetaria del cambio climático, las grandes centrales térmicas están en el punto de mira de la opinión pública y de todas las organizaciones ecologistas. As Pontes figura en la lista de los principales sospechosos. No en vano, con su potencia de 1.500 megavatios-hora, el 6% de la producción eléctrica nacional, la térmica gallega es el primer foco emisor de gases contaminantes de efecto invernadero de la Península Ibérica y el noveno en términos relativos -volumen de CO2 emitido por kilovatio-hora producido- de toda Europa. Dicho de otro modo: es el mayor hándicap que tiene España para cumplir el Protocolo de Kioto.

Las de As Pontes son cifras descomunales que obligan a preguntarse cómo es la vida en este municipio gallego donde nada puede entenderse sin tener en cuenta el poder y la omnipresencia de Endesa. La primera empresa eléctrica española, la misma que hizo un nombre al ahora candidato popular Manuel Pizarro, se radicó en estas tierras en 1972, tras adquirir el yacimiento minero -una inmensa balsa de lignito de 15 kilómetros cuadrados- que desde 1949 explotaba la Empresa Nacional Calvo Sotelo. A partir de entonces, como reconoce el alcalde de la localidad, el socialista Valentín González, las decisiones de Endesa sobre sus dominios son órdenes. «A nosotros sólo nos queda protestar o aplaudir», confiesa.

Sentido práctico

Hay que resignarse, pues, a los designios de la compañía y a vivir debajo de un foco de contaminación equivalente, dicen, a 2,4 millones de coches. Los habitantes de As Pontes, gallegos al fin y al cabo, aceptan la situación con esa mezcla de fatalismo y riguroso sentido práctico propia de la tierra. Salvo un puñado de ecologistas locales, apenas se escuchan críticas contra la térmica. Algunos vecinos, incluso, están convencidos de que la extraordinaria altura de la chimenea les protege de las emisiones nocivas. «Dicen que les llega más a los ingleses», afirma un jubilado, junto a la oficina del Banco Pastor. En realidad, a lo máximo que llegan los ponteses es a quejarse de que a veces un polvo amarillo de azufre ensucia sus ventanas o a lamentar que las lechugas y los grelos se les pican antes de tiempo. Es lo que asegura María Dolores Alen, a la que los visitantes encuentran tendiendo la ropa en la huerta de su casa, junto al río Chamoselo, un afluente del Eume. «Yo no entiendo de estas cosas, pero eso antes no pasaba», afirma.

La térmica impresiona vista de cerca. El complejo de Endesa, que se completa con una segunda central de ciclo combinado, emite una vibración peculiar, un pálpito que parece llegar de las profundidades. En la entrada hay un bello jardín con flores, setos bien podados y un estanque con patos y gansos, ese cuadro idílico, en fin, que uno se encuentra, como por decreto, en todas las centrales térmicas y nucleares. Desde la base del ‘carallo’ se escucha el rumor de las turbinas, del agua hirviendo que se derrama en cascada por los conductos de las torres de refrigeración y de los camiones que van y vienen, incesantes, desde el puerto de El Ferrol hasta el inmenso parque de carbones de As Pontes.

Reducción drástica

La actividad es frenética. Lo ha sido siempre y lo es más ahora, cuando la central se encuentra en plena transición. Obligada por las directivas comunitarias, Endesa ha tenido que reciclar su principal fuente de producción. Tras prejubilar a 1.200 trabajadores, ha cerrado la mina, que ya estaba casi agotada, y ha aprobado un proyecto para anegarla y convertirla en un lago. Por otro lado, la compañía ha tenido que adaptar las cuatro calderas a un tipo de carbón con mayor poder calorífico y menos azufre que el lignito. Ahora, consume hulla importada de Indonesia y EEUU. Todas estas mejoras, en las que el gigante eléctrico español invertirá 500 millones, van a lograr que el ‘carallo’ sea menos peligroso. Reducirá en un 98% la emisión de SO2 (dióxido de azufre) y en un 11% la de CO2.

Para algunos no es suficiente. Xose Veiras, de la asociación ecologista Verdegaia, cree que los cambios sólo son un parche. «Endesa ha aprovechado el agotamiento de la mina para adaptarse a las directrices comunitarias. No ha tenido otro remedio. Pero aunque contamine menos el problema subsiste. Lo que pedimos es que los gobiernos desincentiven la producción eléctrica con carbón, que es la más contaminante. El objetivo debe ser el ahorro y la eficiencia energética, es decir, la reducción del consumo y la apuesta por las energías renovables, como la solar, la eólica o la biomasa», afirma.

Valentín González, el alcalde de As Pontes, también apuesta por las energías renovables. Entre otras razones, paradojas de la vida, porque este joven de 36 años que en las pasadas elecciones municipales protagonizó una sorpresa sin precedentes en Galicia -logró que el PSGA pasara de 2 a 8 concejales y arrebató de este modo al BNG un feudo que parecía inexpugnable- trabaja como gerente de Iberdrola Renovables. Pero el alcalde del municipio que más electricidad produce de España -a los 1.500 megavatios de la térmica hay que añadir los 800 de la de ciclo combinado, los 80 del parque eólica y los 50 de la hidroeléctrica- es un hombre realista y mantiene una buena relación con los directivos de Endesa.

«Ellos dicen que el lago va ser un pulmón económico para As Pontes y yo quiero creerles», dice el regidor, mientras conduce a los visitantes hasta un alto desde el que se aprecia en toda su dimensión el boquete de la mina a cielo abierto, un inmenso agujero que llega a alcanzar los 400 metros de profundidad. Las últimas rotopalas, esas inmensas orugas de aspecto apocalíptico que se comen el carbón, realizan ahora trabajos de limpieza y asentamiento. Pronto serán vendidas a Polonia. En cuatro años, si las lluvias acompañan y el Eume mantiene su caudal, la mina se convertirá en el segundo lago artificial más grande de Europa. Tendrá hasta una playa con chiringuitos. Y, desde luego, unas vistas del carallo.