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Estampas de un país | ACCIDENTES DE TRÁFICO

Estampas de un páis


La segunda vida de Paco Salinas

JON AGIRIANO / TOLEDO

Testimonio de un joven cordobés de 25 años, profesor de la Universidad de Granada, que el pasado verano quedó parapléjico en un accidente de moto

LA LUCHA DIARIA. Paco, con los bitutores en las piernas, trabaja en el gimnasio. / IGNACIO PÉREZ

La segunda vida de Paco Salinas comenzó el sábado 23 de junio de 2007, a las ocho y media de la tarde. Acababa de regresar de Estados Unidos y, después de tres semanas fuera de casa, echaba de menos su Honda CBR600. Necesitaba un poco de velocidad, de libertad; la dosis que le pide el cuerpo a cualquier motero. Además, tenía cosas que celebrar. Tras doctorarse en Ciencias de la Actividad Física y del Deporte, había comenzado a trabajar como profesor en la Universidad de Granada. En Estados Unidos, su conferencia sobre Nutrición Deportiva había sido un éxito. A los 25 años, la vida le sonreía. Tenía novia, un trabajo que le apasionaba y una salud de hierro.

Paco salió de su casa de Bujalance (Córdoba) y tomó la carretera hacia Montoro. Una vez allí, cogió la Nacional 420. Siempre le había gustado ese recorrido a través de la sierra de Cardeña, en dirección a Puertollano. Hacía calor y cerca de Azuel paró a tomar algo en un bar de carretera. Tenía sed y se bebió tres zumos. Luego, continuó adelante. Entró en la provincia de Ciudad Real y, cuando se acercaba a Fuencaliente, el asfalto le traicionó con dos baches criminales. El primero le zarandeó. Con el segundo, perdió el control de la moto y salió volando. Se estrelló contra dos señales de tráfico. Una le atravesó el costado derecho y le perforó el pulmón. La otra le seccionó la medula a la altura de la séptima vértebra dorsal. Tumbado sobre unos matorrales, el joven motorista supo desde el primer momento lo que le había sucedido. Del ombligo para abajo no sentía nada. Un dolor insoportable, sin embargo, le recorría el pecho. Vio que tenía el brazo derecho partido y el hombro desencajado. Durante veinte minutos, hasta que llegó la Guardia Civil, Paco Salinas se planteó si quería continuar viviendo.

-«Ves que la vida se te va, pero pensé en mi familia y en mis amigos. Comprendí que no me iba a faltar apoyo y decidí no cerrar los ojos y salir adelante», recuerda.

El cuarto siniestro

Los dos agentes que se personaron en el lugar del accidente no pudieron evitar conmoverse con la entereza de aquel joven que, al verles llegar, les preguntó si conservaba las dos piernas y les ordenó con autoridad que no tocaran la señal de tráfico que tenía clavada en su costado. Una hemorragia podía ser mortal. Mientras llamaban al helicóptero que, al cabo de otros veinte minutos trasladó al herido al hospital de Ciudad Real, uno de los guardias confesó a Paco que era la cuarta vez en una semana que se encontraba en ese mismo lugar atendiendo a un accidentado. El lunes, el miércoles y el viernes tres motoristas se habían matado en ese mismo punto negro -en esos dos baches criminales- sin que nadie hubiese tomado medidas al respecto. Cosas de este país.

-«Lo arreglaron a raíz de mi accidente», explica Paco, en su habitación del Hospital de Parapléjicos de Toledo, su hogar desde hace siete meses. Sobre la cama, pegadas en la pared, se ven fotos de viajes, estampitas del Cristo del Gran Poder y de la Semana Santa de Bujalance, y la camiseta de una carrera popular con la dedicatoria de un amigo: 'Los campeones sufren por vencer'.

Desde que, en 1974, por mediación del entonces ministro Licinio de la Fuente, se abrió en Toledo el primer centro sanitario dedicado a aplicar en España el método Gutmann para tratamiento de lesiones medulares, el Hospital de Parapléjicos de la capital de Castilla-La Mancha se ha convertido en una referencia a nivel nacional. El año pasado ingresaron en él 241 personas, de las cuales 82 lo hicieron por accidentes de tráfico; una plaga que se cobra cada año en España alrededor de 1.400 vidas.

La mayor autonomía

La estancia de los pacientes en Toledo suele prolongarse durante seis meses -la de Paco se está alargando porque todavía tiene que operarse de una vértebra luxada que le provoca fuertes dolores-, y el objetivo de la misma es conseguir que el paciente alcance la mayor calidad de vida posible, la mayor autonomía personal. En ese empeño se vuelca a diario un batallón de terapeutas ocupacionales -enseñan a los internos a manejarse con la silla de ruedas y a conducir en el coche adaptado-, enfermeras especializadas en urología y autosondajes, fisioterapeutas, psicólogos, psiquiatras, investigadores y médicos rehabilitadores. Uno de ellos es Antonio Sánchez Ramos, jefe del Servicio de Rehabilitación y responsable de la Unidad de Rehabilitación Sexual y Reproducción Asistida.

-«Las lesiones medulares no se curan. Dependiendo de su altura tienen una evolución u otra. Con cada paciente hay que ponerse, pues, un objetivo distinto. Pero la idea es que superen todas las limitaciones que sea posible. En el caso de su vida sexual, por ejemplo, a través de una serie de sistemas de eyaculación y de fecundación estamos consiguiendo que un varón parapléjico tenga las mismas opciones de ser padre que uno que no lo es», explica el doctor Sánchez Ramos, que tiene la entrada a su despacho decorada con un 'collage' emocionante. Son las fotografías de los bebés que él ha ayudado a nacer.

Paco Salinas no descarta ser padre. Su novia le dejó hace un par de meses y fue un golpe muy duro, uno más, pero siguió mirando adelante sin derrumbarse. En realidad, este joven cordobés no descarta nada. Tiene una voluntad de hierro y es un ejemplo de superación para muchos pacientes de este hospital que encoge el alma a quien lo visita por primera vez. La visión de los parapléjicos acaba resultando casi esperanzadora. Uno les ve moverse en su silla de ruedas y, más allá del drama que les ha atado a ellas, piensa que tienen una vida por delante. Lo que conmueve hasta las lágrimas es contemplar en la cafetería a ese chaval tetrapléjico, completamente inmóvil tras romperse el cuello en una zambullida, y a su madre, entregada a él, disimulando como puede la devastación de la tragedia que le consume, dándole de beber un poco de zumo en una pajita.

La Paraolimpiada

-«Tengo días buenos y malos. No creas que soy Superman. Hay momentos muy duros. Pero no me vengo abajo y me digo que hay que luchar. Luchar y luchar. Poco a poco, además, te vas acostumbrando a cosas que parecían impensables, al colector para la orina sin ir más lejos. Se trata de ir asimilando tus limitaciones. La del sexo, por ejemplo. Te tiene que pasar esto para darte cuenta de que no es lo más importante y que podrás vivirlo de otra manera», confiesa.

Paco Salinas, que cuenta cada día con el apoyo de su madre, se levanta a las ocho y cuarto. Se asea, desayuna y, como está dado de alta en terapia -ya hace todas las transferencias desde la silla-, baja al gimnasio de musculación. Luego va a la piscina, ideal para combatir la espaticidad, la rigidez de las piernas. El resto de la mañana lo pasa en el pabellón, trabajando en las paralelas con unos bitutores. El trabajo es extenuante, pero Paco se lo toma como una inversión que le acerca a los sueños que alimentan su nueva vida.

-«Voy a volver a trabajar en la Universidad y espero participar algún día en una Paraolimpiada. Y sueño con montar en moto. Mi hermano también es motero. Todos los años íbamos juntos a Jerez. Después de mi accidente, quedó muy tocado. Pero le dije que nunca dejara de montar, que siguiera haciéndolo por mí, que quiero que él sea la primera persona con la que yo me vuelta a subir en una moto».