JULIÁN MÉNDEZ
Los cambios sociales y el masivo acceso de las mujeres al mercado laboral han impulsado nuevas formas de relación frente al matrimonio tradicional
BODA GAY. Alberto Liñero y Alberto Sánchez fueron los primeros militares españoles en formar un matrimonio homosexual. /AFP
Compañeros. Amigos con derecho a roce. Mi ex. El padre de mi hija. Mi pareja... España es el país de los envoltorios, el hogar de las palabras accesorias y los subterfugios. Hay que inventar a toda prisa nuevos términos que sirvan -diciéndolo, pero sin decirlo del todo- para situar la nueva realidad. La familia tradicional ha sufrido las consecuencias de un terremoto. Hoy se habla de familias extensas, de parejas mixtas, de familias reconstituidas, de uniones homosexuales, de parejas reconstituidas, de ‘singles’, de hogares monoparentales...
La familia patriarcal tradicional está en crisis, apunta Mikel de Viana, profesor en la Universidad de Teología de Deusto. Otros hablan directamente de fracaso ¿Las razones? «La disolución de hogares de parejas casadas, el retraso de la formación de la pareja y la vida en común sin matrimonio, y la variedad creciente de estructuras de hogares», apunta. Al tiempo, se constata un incremento de los divorcios -141.817 el pasado año, lo que equivale a uno cada cuatro minutos, la tasa más alta de Europa-, un retraso creciente en la edad de las bodas, el incremento de los hijos nacidos fuera del matrimonio -el 26,6% de los niños son de madres solteras, frente al 2% de 1975- y un incesante aumento de los llamados hogares monoparentales; en especial, madres separadas con hijos a su cargo, apunta el sociólogo de la Universidad del País Vasco (UPV César Manzanos. A todo esto habría que sumar los hogares unipersonales -hoy ‘singles’, solteros o sujetos independientes de edad- y la baja tasa de natalidad (1,3 hijos por mujer, una cifra que no garantiza el relevo generacional).
Sobre todo este conglomerado, cierto, sobrevuela una nueva realidad, responsable en gran medida de toda esta gigantesca transformación: el acceso de la mujer al mercado de trabajo de forma masiva y remunerada.
«Ante todo -apunta César Manzanos- hay que dejar claro que no hay ninguna sociedad en el mundo que no se articule en base al concepto de familia; es decir, dos personas de distinto sexo con o sin descendencia. Pero con ser eso cierto, la sociedad crea sus propias formas de convivencia, sus formas de conciliación. La gente va por delante de las leyes», confirma el sociólogo. Sin decirlo, pero podríamos hablar de libertad.
Sin control
De acuerdo. Preguntemos por qué. Gerardo Meil, catedrático de Sociología en la Universidad Autónoma de Madrid, esboza algunas respuestas. «A mi juicio, el principal cambio tiene que ver con la privatización de la vida familiar. Ha desaparecido en buena parte el control social que antes se ejercía sobre cómo se formaba una pareja y la dinámica en que debía vivir».
Claro. Era eso. Ya no hay comadres -o tienen su trabajo más difícil, al menos en las grandes ciudades- ni espías que controlan y juzgan la vida de los demás desde detrás de los visillos. «Hoy ese control social se ha relajado y la gente no se mete tanto en la vida de los demás», abunda Meil. Desaparece el «¿qué dirán?» y se sustituye por «¿y a ellos qué les importa?», explica el sociólogo. Ese nuevo clima abre las posibilidades de elección de las personas e implica que las relaciones sean «más libres» y «negociadas» entre las personas.
Echen la vista atrás. No hace falta retroceder demasiado en el tiempo. El control social, los juicios morales, estaban al cabo de la calle. Quien mantenía relaciones antes del matrimonio, no se casaba o se ‘separaba’ -cada uno por su lado era la fórmula entonces- recibía el sambenito, la culpa. El drama, la exclusión social, el vacío no sólo de las beatas, sino de la propia familia. «Todo era ajustado a la convención social. La familia, el entorno, actuaba como una auténtica policía política», apunta Meil.
La desaparición de ese escenario produce, según este investigador de las realidades sociales, lo que denomina un «incremento en las cuotas de autonomía para negociar». «Las personas son libres para negociar un proyecto de vida en común y poseen toda la legitimidad para decir a los demás ‘no te metas en mi vida’». Así las cosas, las uniones homosexuales, la emergencia de las parejas de hecho, el reparto de las responsabilidades en el hogar, en el tiempo libre, en los detalles domésticos... son meras consecuencias de ese nuevo orden.
Algunos datos ayudan a entender la realidad que nos rodea. Asómbrense. Divorcios: desde que se aprobó la ley, en junio de 1981, hubo 1.100.000 separaciones y 936.411 divorcios. «Y el número de separaciones se incrementará», apunta Manzanos. «Si en 1995 uno de cada siete matrimonios acababa en separación, en 2007 uno de cada tres enlaces desemboca en divorcio. El ciclo actual es soltería, matrimonio, separación... En los próximos veinte años asistiremos a un incremento en el número de hogares compuestos por personas casadas en segundas nupcias. Hoy, separarse está bien visto. Casarse de nuevo, todavía no», apunta el sociólogo de la UPV.
Otro dato: el descenso de natalidad. El número de hijos por mujer en edad fértil se sitúa hoy en 1,3 y la tasa bruta de natalidad baja al 8,7 por mil, mientras que el número de matrimonios y enlaces se mantiene. Uniones homosexuales: aunque los colectivos homosexuales rechazan establecer listados de cifras («casarse no es obligatorio; es una opción», apuntan desde Gehitu), una estimación establece en 4.000 las parejas que han legalizado su unión ante el Registro Civil tras la modificación del Código Civil (ley 13/2005 de 1 de julio). El 70% de los enlaces han sido contraídos por parejas masculinas. En el caso de las adopciones, la mayoría han sido realizadas por mujeres (unas 70, según los datos disponibles).
España, tierra de cambios. Y de oportunidades. Eduardo Hertfelder, presidente del Instituto de Política Familiar e ingeniero de Telecomunicaciones -«pero, sobre todo, ponga que soy casado y padre de dos hijos»- señala a la emigración como otro de los grandes motores del cambio social operado por el país. «Podemos hablar de aumento y hasta de explosión. Hoy son casi el 10% de la población: más de 4 millones de personas. Esto provoca la internacionalización de los matrimonios, con su fusión de culturas y pensamientos. De los 210.000 matrimonios que se contrajeron el pasado año, 25.000 han sido matrimonios mixtos», señala.
Caídas sin red
Defensor de la familia, Eduardo Hertfelder apunta a las «dificultades para conciliar la vida familiar y laboral cuando los dos miembros de la pareja trabajan fuera del hogar» como uno de los desencadentes de las rupturas. «Disminuye el tiempo que se pasa en común y aumentan los problemas de comunicación y de pareja. Además -añade-, los hogares se están vaciando, cada vez hay menos hijos -y las mujeres reconocen que les gustaría tener más, pero que no pueden tenerlos por razones económicas y de convivencia- y más hogares solitarios: el 17%son hoy unifamiliares», destaca. El presidente del Instituto de Política Familiar se duele de que este incremento en el número de familias nucleares, independientes y que han limitado las relaciones que mantenían con la familia extensa -la parentela, para entendernos-, pese a sus ventajas, actúe en detrimento de la estabilidad de las parejas. Las redes de apoyo, afecto y consuelo que antes representaba la familia extensa se desvanecen y abocan a las parejas a dirimir sus conflictos, problemas o necesidades en soledad. «Si esas relaciones se debilitan, cuando hay una crisis económica o de pareja, los mecanismos de ayuda no entran en marcha. Y las familias se quiebran», dice Hertfelder.
«La idea de familia-sostiene Mikel de Viana- no dura ya. Es el único grupo que no crece entre tanto modelo heterogéneo. En este mundo cada vez más flexible, hasta la familia debe adoptar nuevas identidades». «Pese a todos estos cambios lo ideal es aspirar a vivir en pareja», remacha Gerardo Meil. «Vivir en pareja tiene indudables ventajas para los individuos. Inviertes mucho en ella porque va a tener duración, la pareja da ese colchón de seguridad que todos necesitamos en la vida», apunta. Claro que... si la pareja no va a durar tanto -cada vez se rompen más y las relaciones estables duran menos- ¿no pondrán los individuos (hombres y mujeres) cada vez menos carne en el asador de la pareja? Ésa es otra historia.
J. M
La descendencia, reflejo paciente de todas estas transformaciones y convulsionesMiremos hacia abajo. Ahí están los hijos, reflejo paciente de todas estas transformaciones y convulsiones. Cada vez hay menos niños que viven con ambos padres biológicos, destaca De Viana. Además, los hijos, que se crían fuera del modelo patriarcal tradicional, «se ven expuestos -dice el especialista de la Universidad de Deusto- desde temprano a la necesidad de adaptarse a contextos cambiantes y a roles de adultos. Se resalta la importancia de las necesidades personales por encima de las reglas de la institución familiar», señala.
Todo en la vida tiene sus ventajas y sus inconvenientes. La pérdida de los modelos tradicionales que apunta De Viana podría comportar también según otras lecturas un crecimiento individual, una ganancia en seguridad, una conquista de autonomía... «Los hijos hoy piden a los padres que justifiquen sus ‘órdenes’, sus decisiones. Y eso quita mucho poder», razona Gerardo Meil, catedrático de Sociología en la Autónoma de Madrid. «Ese es otro aspecto del cambio en la familia: se va a una familia que negocia los términos de la convivencia entre sus miembros y entre las generaciones. Se discute sobre el rol que asume cada quien, sobre las tareas a desempeñar, sobre los ámbitos de autonomía de cada uno... Y esa negociación con los hijos cada vez sucede más pronto: ‘tú me das el dinero, pero yo decido qué compro, cómo me visto...’ ‘Yo digo lo que yo hago y no me lo dices tú’, son las frases que se emplean en estas negociaciones», explica Meil. Como señaló en su día la estudiosa de la familia Inés Alberdi «lo que está en retroceso es un modelo jerárquico de familia». Son las adaptaciones al siglo XXI de la nueva familia, la familia elástica.